26/3/07

El partidito


Mamá , que tenés que ponerme el 2 en la espalda, como Perfumo, mañana tenemos el partido con los santiagueños que vienen de visita a la escuela.
En la pared del dormitorio los banderines y el poster del equipo me devolvían un extraño reflejo. En la puerta del armario, mi imaginación soñolienta proyectaba jugadas fabulosas, en las que sería partícipe frente a los santiagueños. La camiseta , las medias , los botines relucían como las armas de un guerrero.
Hacía frío por la mañana. Nos esperaba la maestra para decirnos que ya habían llegado los pibes de una escuelita de La Banda, cuando nos los presentaron nos quedamos atónitos. Allí estábamos frente a frente. Ellos venían por primera vez a la capital y nosotros “cancheros” porteñitos les teníamos que mostrar nuestros tesoros y el refinamiento de nuestra cultura de ciudad. Luego iríamos al Centro de Almaceneros, a jugar el partido y a almorzar.
Frente a frente, nosotros lustraditos, blancos pibes de clase media, ellos“cabecitas “ del interior, con alpargatas y guardapolvos blancos pasados de moda. Calladitos , casi tímidos, no nos hablaban y apenas respondían a las preguntas de la maestra.
Nosotros los mirábamos con superioridad, esa que da la seguridad de ser locales, y el manejo de la cultura futbolística de la época.
Cuando llegamos al Centro de Almaceneros, nos preparamos para el partido, nosotros nos reunimos en un aparte , nos quitamos los guardapolvos y debajo teníamos nuestras camisetas , nuevas , los botines, hasta el gordo llevaba rodilleras y guantes para cumplir su papel de arquero.
Ellos debajo de un árbol, sentaditos en el suelo, charlaban con un acento y en una jerga que no comprendíamos, se sacaron el guardapolvos y sus alpargatas: se quedaron descalzos.
Cuando me quise dar cuenta , ya nos habían metido el primero. Entre nosotros empezó a cundir el desconcierto. Los santiagueños, descalzos , manejaban la pelota como dioses, hacían las paredes, centros y pases , que nosotros soñabamos hacer y que tantas veces habíamos visto por TV. Ellos las hacían todas, y encima se divertían como locos. Eran la encarnación de la alegría.

Perdimos 10 a 0 .

21/3/07

En la ventisca


Miro por la ventana, y ha empezado a nevar suavemente, el planeta trastocado nos recuerda que puede ser invierno en primavera. Los árboles mutilados por el ayuntamiento, desnudos, soportan la ventisca.

Ayer me contaste que tu madre está en la etapa final de su enfermedad y de su vida. Me dijiste que los niños, que no la veían desde Navidad, tardaron media hora en aproximarse a ella, pero también me contaste que sucedieron cosas luminosas en ese encuentro-despedida .

Yo la he conocido poco, pero he percibido su luz. Recuerdo una vez bajo un aguacero de verano, llegué al Valle y al salir del coche, ella me estaba esperando con un café caliente . Entramos por el corral y mientras corregía la ubicación de los cuencos, y cubos para las goteras del techo, me descubría un cargamento de frutas y verduras para todos, al final cuando ya me iba, me alargó un racimo de uvas para el viaje, unas uvas dulces como su mirada.

La carretera entra sinuosa en la bajada al pantano y mientras recuerdo esto, una nube de ventisca va corriendo su velo sobre la montaña, que de verde oro la vuelve blanca, en un movimiento lento, nos marca su presencia.

14/3/07

Clase de fotografía

Me lo dijiste la primera vez que fuimos, pero al principio no te hice caso, pensaba que eran alucinaciones tuyas.
Habíamos quedado en un banco, frente al Correo Central. No teníamos teléfonos móviles en aquella época. Y acudiste a la cita por una nota que te dejé en el buzón de la casa de Bánfield. Llegaste tarde pero no importó, un café con leche y medialunas de tu sonrisa nos hicieron entrar en tema. Querías hacerte fotógrafa y me habías elegido como tu maestro, pero yo sabía que cuando te mirara a los ojos no podría enseñarte nada.
Caminamos hasta la costanera sur, y tras la valla de alambre , allí se encontraba: ese pedacito de Isla del Delta, ganada al río, con los escombros de la ciudad. Un cartel prohibía el paso, pero como era domingo temprano por la mañana, nos colamos por el punto más débil de la alambrada.
Quisiste montarte a caballito sobre mi espalda, para ver mas lejos, y mientras oteabas el horizonte de cañas y plumerillos, lo oíste , sordo y fragmentado.
Te dije que sería el viento entre las matas, vos pusiste cara de incrédula y te bajaste. Yo quería explicarte lo del contraluz y la película que estábamos usando, pero me interrumpiste y dijiste que venía de allí, tiraste de mi mano con fuerza para que avanzáramos. Atravesamos el cañaveral, pisando por una picada ya hecha. Los pájaros se espantaban con el sonido de nuestros pasos.
De pronto se abrió un hueco, frente a nosotros dormía la playa. El río lamía suavemente, las piedras de la costa. La brisa te revolvía el pelo como en un aviso de champú y al mirar para el suelo nos dimos cuenta que las piedras y la arena de esta playa estaban formados por los cascotes de las demoliciones. Esas demoliciones que hace unos años arrasaron Buenos Aires para introducirnos, de facto, el progreso de las autopistas.
Fotografiamos cascotes, azulejos, y piedras con formas redondeadas, tratando de ver y descubrir las imágenes de la vida en las casas derruídas, un intento vano, pero que conectaba nuestro sentir con los melancólicos canales del tiempo. En eso estábamos cuando lo oíste por segunda vez, yo me quedé inmóvil, el sonido se repitió como un murmullo, miramos hacia el río y de allí venían, cada vez con mas intensidad y claridad.
Eran voces, las voces que en nuestro pasado arrojamos al mar, las voces que volvían una y otra vez a acariciar las piedras de lo que fue su morada.

7/3/07

Carta de navegación

Entre los papeles que me diste el jueves estaba un sobre blanco, adentro un papel amarillento que reconocí enseguida, las líneas de palabras en correcto italiano discurren paralelas , hasta superponerse con un cuadrante dibujado a lápiz.
En el sueño me caía al vacío, y en el grito desesperado de auxilio nos despertamos en el suelo, transpirados, agitados por ese encuentro , por haber soñado lo mismo. Y luego la fiebre, el vuelo , la caída nuevamente hasta que la luz encendida, el termómetro y los cuidados me sumergen en el sueño. De él emerjo tomando una bocanada de aire, después de bucear en lo hondo del río Cosquín, entre las mojarritas y los cantos. Los dos como lagartos en la piedra favorita, cazando moscas a la hora de la siesta.
Esa señal de tu vida que fue el contemplar aquella islita en el lago San Roque, donde imaginabas tus días en compañía del abuelo. Y la pesca solitaria: tus armas de imaginada supervivencia.
Un día dijiste que te querías ir a Europa en barco con billete de ida; habías pasado por la humillación del servicio militar, en la Patagonia lejana. Por la asfixia de la vida en Buenos Aires, las rutinas del alcohol, el desamor y la dictadura que se infiltraba hasta los huesos de la familia. E “il dolce far niente” se instaló en una manera de vivir. Tu mirada desde la bruma del Himalaya nos acercaba el mundo. Casi 10 años después me reuní contigo en una llamada como la de aquel sueño en que conectamos mágicamente. Busqué en tu mirada, ya opaca, los trazos de quien conocía. Pero sólo ví anhelo de algún horizonte lejano y nostalgia idealizada.
Hubo un tiempo luego en que el amor pareció llegar a tus costas, los hijos ocuparon tu espíritu navegante y la tierra se hizo ladrillos, huerta y un oficio para comer. Pero la fogata no existió, sólo fuegos artificiales, y el llamado de otra tierra y un nuevo-viejo amor hizo su trabajo.
Ahora repaso con mis dedos esta hoja amarilla que no es otra cosa que la carta de navegación del bisabuelo Juan Bautista, las palabras me llevan a unas coordenadas, una fecha y un destino. La de la emigración, la fuga, la huida en la búsqueda de nosotros mismos.



Segovia, 26 de abril de 2004


Juan Carlos Gargiulo

6/3/07

Actualidad



Leo en el periódico los titulares de actualidad.
Mientras la tarde llega a su fin.
El gobierno blinda las fronteras ante la avalancha de la inmigración.
En los árboles del jardín crece un estrépito de voces y cantos.
Refuerzo de efectivos policiales para detener a los ilegales.
Miles de ellos se arrebujan entre las hojas doradas del otoño.
Negros y pardos, multicolores, cantan, conversan , se comunican.
La noche va a ser fría, quizá empiece a helar.
A la señal convenida se lanzan a volar, ocultando con sus alas el cielo
que es su vida.




Segovia, 5 de noviembre de 2004



Juan C. Gargiulo