26/7/12

Reyes Magos

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Ilustración Esturado Alvarez

La llevaba viendo los últimos cuatro días en la sesión de radioterapia. Su mamá la miraba con devoción. Ella con la cabecita pelada, lucía todos los días un nuevo modelo de vestido.

Pero hoy al llegar al centro de tratamiento no la vio por ningún lado. Avisó en recepción de su llegada, la recepcionista le apuntó e indicó que se sentara un momento a esperar.

El miraba para todos lados pero no estaba. Pensó que quizá hoy le tocara venir por la tarde.

Por el interfono le llamaron para entrar a su sesión diaria. Se levantó de su asiento cogió una bata y entró por el pasillo hasta la cabina para cambiarse. Todos los días la misma cabina, la que está frente a una hermosa gigantografía de un árbol. Cuidadosamente dejó la ropa de calle y se puso la bata. Al salir oyó su nombre y sus pasos se encaminaron hacia el acelerador lineal para recibir su dosis diaria de radiación. Por el pasillo miró una vez más a ver si la veía.

Tras los quince minutos de la sesión se levantó, se despidió amablemente de los terapeutas, y volvió a la cabina para dejar la bata y vestirse de calle nuevamente. Pensó que al salir se dirigiría a la recepcionista, le pediría un sobre y un trozo de papel, para encomendarle un recado. Pulsó entonces el botón de la puerta automática que separa la zona de tratamientos de la sala de espera, y al abrirse, allí estaba ella, bailando para su doctora que la grababa con un teléfono móvil.

Entonces, sin molestarla, se apoyó en un asiento y sin dejar de mirarla sacó de su mochila una tarjeta. Se acercó a la madre que miraba maravillada a su hija y le pidió un minuto de su atención. Con una voz apagada, acercando los corazones, le dijo que en su pueblo todos los años vienen los reyes magos, éstos traen regalos para los niños, pero éste año han dejado esta tarjeta con un dibujo de los tres reyes magos, y una frase : os deseamos que recibáis todo lo que la vida os dé. En el reverso de la tarjeta otro regalo: la dirección web de un video revelador sobre el cáncer y el nombre y el teléfono de ese oncólogo infantil , por si alguna vez lo necesitaran.

El vio que los ojos de la madre se llenaban de brillo. Se despidieron con dos besos y cuando él se dio la media vuelta, escucho a la madre llamar a su hija: ¡princesaaa!

Al salir él se sintió como un rey mago caminado bajo el calor del mes de julio.

 

Juan C. Gargiulo

Basardilla, verano 2012