8/10/23

Postales de amor y de guerra...

 

Ayer enterramos a mi madre, Julia, Julita.

Esta mañana después de una noche aciaga, con el insomnio, la sed y este calor insoportable, abrí el ordenador para la rutina de siempre, las noticias, los correos y los mensajes, esta vez de condolencias. Los chavales duermen aún, mientras sorbo mi té verde, voy leyendo en la pantalla, entre los recuerdos dulces y la tristeza.  Uno de los gatos se me arrima pidiendo su ración, sube a la mesa y en un barrido la oscurece.

Cuando él entró en el barracón colmado de gritos y silbidos, la vio, allí sobre el escenario bajo una tenue luz de campaña, semidesnuda, bailaba, se contoneaba y cada movimiento arrancaba nuevos gritos de deseo de los milicianos. Morena, Esperanza les hipnotizaba con el reflejo de las lentejuelas, raídas ya a esta altura de la guerra. Él se armó de valor, abriéndose paso entre el público subió al escenario casi de un salto y acercándose a ella lentamente, con ambas manos, a una distancia magnética, recorrió su cuerpo de pies a cabeza, morosamente, como atrapando algo para la eternidad, de pronto cerró los puños y giró hacia el público que bramaba de agitación, en eso abrió los brazos y en ese mismo movimiento soltó toda la belleza de esa mujer que había atrapado, derramándola sobre los que van a matar o a morir. 


Entre los mensajes hay una carta, escaneada, amarillenta y ajada, tiene un lugar y una fecha concretas, la letra caligráfica:

Querida hermana, hoy recibí tu carta de octubre que enviaste a Asturias, ahora llevo tres meses en Aragón, espero que la suerte me siga acompañando. Por el dinero y la ropa que me envías estoy muy agradecido, pero desearía que me enviases una foto tuya con Julita. Ya van para siete años desde que os fuisteis de la aldea, y allá en Buenos Aires habrá crecido mucho. Yo te mando una pequeña foto mía de paisano, que me hice con ese fotógrafo de Lalín antes de partir juntos al frente…

Quisiera abrazaros como cuando os fuisteis, le envío muchos besos a Julita y mimos a ti hermana mía que tanto deseo verte antes de quedar en estas tierras.

José Blanco, Zaragoza, 6 de noviembre de 1937.



El molino harinero, se atascó esa mañana temprano, dicen en la aldea que la guerra acabó hace días. Manuel Blanco, el molinero, con su pañuelo al cuello y el pelo encanecido, piensa en los únicos hijos que le quedan, Mercedes, la mayor, en Buenos Aires con su única nieta, Julita, y José en la guerra, que debería tener ya 23 años. Piensa también en el dinero necesario para sobrevivir y en los paquetes de ayuda que llegan de ultramar. Pero José no vuelve, ¡no vuelve! no vuelven sus abrazos y los besos con harina, ni el niño aquél que correteaba por el huerto buscando las fresas tempranas. No vuelve…

A José se lo llevó Esperanza, la bailarina que conoció en un barracón a orillas de los arrozales, convertida en bala, segó su vida.

 

Juan C. Gargiulo, Segovia 4 de octubre 2023.