30/11/07

un taller dentro de otro

Una caja de plástico detrás de otra, uno las desarma, otro marca los lyers, y otro las monta otra vez con los papelitos dentro, a la espera del disco.

El trabajo manual hermana a las personas, me dice Manuel.

Sobre el mármol, que resplandece bajo las ventanas a la Calle Defensa, con mis 17 años preparo el bote de blanco bueno para las letras en los carteles de lino rojo. A mi derecha se pudre en un tanque de 50 litros una pintura gris formada por todos los restos de los tarros, de todos los sobrantes de cada día.

Yo, el aprendiz mas joven de el taller, intento por primera vez unos trazos con temple rellenando las letras. Cada movimiento del pincel, plano y largo, me mete ,como un juego de muñecas rusas, en otra historia anterior. La de mi abuelo que, primero aprendiz y luego propietario del taller , inventara mil y una maneras de elaborar artesanalmente los carteles de las empresas inmobiliarias. Carteles que necesitaban para el inmenso loteo que era Buenos Aires en los años 20, 30 ,40… Bastidores de madera y lienzos de lino rojo tensados se almacenaban verticalmente , como si fueran obras de arte de grandes dimensiones , como la de los artistas actuales. Carteles de chapa y madera, mas resistentes, se apilaban con ligeros separadores de madera, agrupados por tamaños.

Mientras las pinceladas inseguras rellenaban un ondulado mar de Banco Río, alguien a mi izquierda , con un pulso increíble venía trazando una linea horizontal de varios metros , sin titubeo. Si silbido traía viejas historias de mi abuelo y su socio.

En otro rincón hervía una olla de agua caliente, para los ravioles del mediodía. En la heladera helados artesanales que alguien había traído de la Avenida de Mayo. Un aperitivo de salamín, con maní salado, y Hesperidina, nos abría el apetito. Salduendo, mimaba la mesa improvisada con un cartel, oculto por un mantel a cuadritos. Los banquitos que usábamos para pintar, eran las sillas de este improvisado restaurante italiano. La humeante cacerola, el pan, y el vino .

Durante la rigurosa siesta, los mas jóvenes conspirábamos en la construcción de una guitarra casera, con una lata de pintura, un mástil de listón de yesero, los trastes de alambre galvanizado y las cuerdas de cable de cobre muy fino. Nos sacaba de la hora de recreo la pintura que se secaba.

Todos formábamos un equipo donde cada uno cumplía su papel con lo que sabía hacer mejor. Con los años supe que ésta experiencia había sido el inicio de muchas otras, de trabajo en equipo. En la facultad, en los estudios y empresas en que trabajé.

El tintineo de las monedas sobre el mármol, llamaba la atención de los peatones que en la acera buscaban monedas desesperadamente, guiados por el sonido provocado.

Un trazo, medio giro, otro trazo. Por el pasillo entran corriendo los niños de Gianni. El trabajo está llegando a su fin. Estrenamos nuevo equipo. Las maneras de producción han cambiado, los pinceles trocados por ratones y ordenadores.

El trabajo manual hermana a las personas, me dice Manuel, nuevamente.

Los hermanos me devuelven la mirada. El trabajo está terminado.


Segovia, 30 de noviembre de 2007