14/3/07

Clase de fotografía

Me lo dijiste la primera vez que fuimos, pero al principio no te hice caso, pensaba que eran alucinaciones tuyas.
Habíamos quedado en un banco, frente al Correo Central. No teníamos teléfonos móviles en aquella época. Y acudiste a la cita por una nota que te dejé en el buzón de la casa de Bánfield. Llegaste tarde pero no importó, un café con leche y medialunas de tu sonrisa nos hicieron entrar en tema. Querías hacerte fotógrafa y me habías elegido como tu maestro, pero yo sabía que cuando te mirara a los ojos no podría enseñarte nada.
Caminamos hasta la costanera sur, y tras la valla de alambre , allí se encontraba: ese pedacito de Isla del Delta, ganada al río, con los escombros de la ciudad. Un cartel prohibía el paso, pero como era domingo temprano por la mañana, nos colamos por el punto más débil de la alambrada.
Quisiste montarte a caballito sobre mi espalda, para ver mas lejos, y mientras oteabas el horizonte de cañas y plumerillos, lo oíste , sordo y fragmentado.
Te dije que sería el viento entre las matas, vos pusiste cara de incrédula y te bajaste. Yo quería explicarte lo del contraluz y la película que estábamos usando, pero me interrumpiste y dijiste que venía de allí, tiraste de mi mano con fuerza para que avanzáramos. Atravesamos el cañaveral, pisando por una picada ya hecha. Los pájaros se espantaban con el sonido de nuestros pasos.
De pronto se abrió un hueco, frente a nosotros dormía la playa. El río lamía suavemente, las piedras de la costa. La brisa te revolvía el pelo como en un aviso de champú y al mirar para el suelo nos dimos cuenta que las piedras y la arena de esta playa estaban formados por los cascotes de las demoliciones. Esas demoliciones que hace unos años arrasaron Buenos Aires para introducirnos, de facto, el progreso de las autopistas.
Fotografiamos cascotes, azulejos, y piedras con formas redondeadas, tratando de ver y descubrir las imágenes de la vida en las casas derruídas, un intento vano, pero que conectaba nuestro sentir con los melancólicos canales del tiempo. En eso estábamos cuando lo oíste por segunda vez, yo me quedé inmóvil, el sonido se repitió como un murmullo, miramos hacia el río y de allí venían, cada vez con mas intensidad y claridad.
Eran voces, las voces que en nuestro pasado arrojamos al mar, las voces que volvían una y otra vez a acariciar las piedras de lo que fue su morada.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!!

Soy Lara. ¿Cómo andas?
Yo estoy bastante liada con la facultad este año, asique no puedo hacer tanto sobre fotografía como me gustaría. Aun así ya me cogí una cámara digital (sin dejar la analógica, por supuesto)y estoy aprendiendo a usarla.
Me pasaré por aquí de vez en cuando para verte y leerte.

un beso!

Veji dijo...

El tema genero en mi un inicio suspendido sobre el significado de los escombros y sus secretos.

Ventana indiscreta dijo...

Sin entrar en su calidad o estilo, te digo: me ha removido tu relato. Conseguir éso es mucho.

Gracias, Juan Carlos.
Besos.

P.D. Me has recordado al oír La Salceda el monasterio de Santa María de la Sierra (Collado Hermoso) donde entre vacas aún logre ver algunas pinturas en el ábside de la iglesia.