20/5/22

Los colores de mis recuerdos

 


Hace un tiempo, mi amiga Julieta hablaba en las redes de este libro, consiguió despertar mi interés ya que mis propios recuerdos están siempre teñidos de colores, o más bien éstos se asocian a determinados momentos de la vida. El libro es un viaje por la historia de los colores en Europa, en la vida cotidiana, el arte, y el cine, temas que siempre me han atraído especialmente. 

¿Qué queda de los colores de nuestra infancia?

El otoño invierno de 1961 fue para mi particularmente, revelador, tendría cuatro años para cumplir cinco, y mi estado de salud se desequilibró con diversas enfermedades infantiles, una escarlatina, anginas y gripes varias que me hicieron perder la asistencia prácticamente a todo el curso del Jardín de Infancia. A cambio los cuidados familiares,  las visitas periódicas del médico a domicilio, algunos remedios caseros. Unos animalitos de un plástico verde que formaban parte de mi territorio de aventuras entre las mantas y sábanas de los días de convaleciente. Unas mesitas plegables que nos habían comprado para una anterior operación de amígdalas, eran en su reverso el cuadro de mandos de un coche o un avión que me llevaba a cruzar cielos imaginarios. Esos mandos dibujados con tiza o ceras de colores, indicadores, agujas y demás instrumentos que trataban de reflejar mi fascinación por los de verdad.

Llegó mi cumpleaños en agosto y una tía me regaló un castillo de madera con soldaditos de plástico, los soldaditos no se correspondían con la imagen del castillo ya que representaba otro período histórico, pero daba igual.  Pero un día llegó una prima de mi padre, artista plástica, que para nosotros era como una tía más, Zulema. Me trajo en un pequeño paquete plano, un estuche metálico de acuarelas.  Ella nos había compuesto en una pared de la habitación un fondo marino con peces de colores, algunos pintados por ella y otros de papel que creo que venían de propaganda de un laboratorio médico.

Esas acuarelas quizá, después de las ceras de colores y los lápices de mi abuelo, que tenían dos colores por un lado rojos y por el otro extremo azul, sea para mi contacto con el color más gozoso que haya vivido. El uso del color y el agua casi no se ha separado de mi a lo largo de los años. Más adelante ya en la primaria recibí un regalo nuevo que fue otro estuche pero esta vez de lápices de colores Lyra, acuarelables también, con ellos los dibujos escolares tomaron otra dimensión, podía crear degradados y fusionar colores con cierta destreza, mezclando el uso del lápiz y el pincel. 
Pero éstas herramientas y materiales las reservaba para un uso más privado, en la intimidad familiar. Nunca los llevé al colegio y tampoco al taller de plástica de Michi e Irene, donde asistí hasta los 11 años. Allí el universo expresivo era más fuerte con materiales como la témpera en pasta, o el grabado.
Me los llevaba eso si, a casa de mi amigo Alberto, donde su mamá, Virginia, también artista plástica, me enseñaba a componer y dibujar a color las escenas que debía crear en mi cuaderno para ilustrar los deberes que nos ponían, que siempre eran a una escala pequeña. Algunas láminas mayores para ilustrar las clases por equipo también salieron de sus enseñanzas. 


El estuche de las acuarelas siguió acompañándome luego en muchas de las ilustraciones de las clases de dibujo en la escuela secundaria, era increíble que no se gastaran, no así  los lápices acuarelables que si fueron mermando con el paso de los años y quedando huérfanos algunos colores de otros, los ocres y verdes por ejemplo ya que me encantaba particularmente pintar arboles y masas verdes en los paisajes que hacía.

En la universidad y en mi vida profesional de arquitecto también las usé para colorear dibujos y perspectivas que formaban parte de los proyectos que fui desarrollando. Siempre con el mismo estuche que me regalaron a los cinco años. Aunque ya combinaba  rotuladores, lápices de colores y tinta china en diversas técnicas mixtas. 

Cuando  tuve hijos y éstos iban creciendo,  volví a sacar este estuche de acuarelas, para sensibilizarles en su uso, y así nacieron tarjetas postales, felicitaciones navideñas, y muchos otros dibujos de su etapa infantil que llenaban las paredes de nuestra casa y mi estudio.

Esta mañana, alentado por la lectura del libro que comento al principio, me acordé del viejo estuche, que conserva aún muchos de los colores, que me han ayudado a representar el mundo de mi imaginación y mis sueños, otras pastillas ya no están, otras conservan un hilo de color para ofrecer, delatando el uso más intensivo a lo largo de los años. 
Cuando abrí el estuche para fotografiarlo, fue como la primera vez, al  maravillarme por todo lo que me había dado, cuando con cinco años todo estaba por empezar.





17/5/22

Fauna y Flora en la Municipalidad de la Matanza

Cuando era joven trabajé en Obras públicas de la Municipalidad de la Matanza, llegábamos temprano para poder agarrar el único "Rastrojero" que nos permitía hacer las inspecciones pendientes. Tenía un compañero de oficina que se las arreglaba para llegar justo sobre la hora o incluso media hora más tarde, una mujer que quizá fuera su amante, fichaba la entrada por él. Cuando llegaba se sentaba en su puesto, y camuflado entre torres de expedientes abría el diario, por donde el claringrilla y se ponía a hacer las palabras cruzadas. Después de que pasaba el del carro del mate cocido, cerraba el diario, abría un expediente y con un bolígrafo en la mano y la otra sujetándole la cabeza se disponía a torrar hasta casi medio día. 

Era el año 1983, ese frío invierno post-Malvinas la Municipalidad estaba gobernada por el Coronel Alberto H. Calloni, en Obras Públicas, un personaje oscuro salido de la Alemania nazi, el goebbesliano Ingeniero Masjuán, que a su vez era directivo de ATMA, frente a la terrible ESMA.

Una mañana cercana a la fiesta patria del 25 de mayo, el intendente me llama a su despacho. Con el rabo entre las piernas subo a la oficina del Coronel, pensando que allí me espera algo terrible. Mi aspecto de intelectual cortazariano con sobretodo comprado recientemente en Madrid, gris hasta las rodillas, pelo largo y barba , anteojos  que delataban esa filiación a la divine gauche del café La Paz.  

Al trasponer la puerta junto a su edecán, me recibe desde un escritorio tamaño mesa de ping pong, que albergaba bajo un grueso cristal fotografías de viajes, destinos militares y otras hazañas bélicas.

En un sillón a contraluz, Goebbels-Masjuán dominaba la escena.

-¡Arquitecto Gargiulo!, ¿usted no tendrá un pariente  marino? me espetó no bien entré, (se refería al contraalmirante Benjamín Gargiulo líder del golpe de estado del 16 de junio de 1955 contra Perón).

-No mi coronel, ¿por? contesté

-¡Una lástima! agregó Calloni

Gargiulo, Gargiulo, sin embargo su apellido me suena.... Seguía insistiendo en encontrarme alguna filiación, se me pasó por la cabeza  que quizá conociera a mi padre ( viejo militante comunista). en fin me sentía como en una ratonera o como en los interrogatorios preliminares de los nazis en Roma Ciudad Abierta. 

-Tengo un encargo urgente para usted arquitecto Gargiulo, me soltó mientras se servía una copa de whisky importado. 

-Como usted sabe en este partido tenemos muchos muertos combatientes en Malvinas y queríamos hacerle un homenaje digno para el 25 de mayo. Quiero construir en la plaza un monumento a los caídos en la Guerra de Malvinas. La sombra a contraluz de Masjuán asentía con la cabeza.

-Resulta que mi mujer y yo estuvimos el año pasado en Arlington, y no vea que cementerio, esas colinas verdes impecables llenas de cruces -¡Una maravilla!. - Pero aquí tenemos que hacer algo similar, algo también muy "argentino". 

A pesar de ser invierno, el sudor corría por mi frente, tenía que diseñar y construir en tiempo récord un monumento a los caídos en Malvinas, similar a las tumbas arlingtonianas, pero con sabor "bien argentino". Me estaba jugando el pellejo. esa misma mañana, hice un diseño rápido y se lo subí a Goebbels, era un crucifijo tamaño natural de quebracho sobre una loma verde de hierba, y a sus pies una placa que reseñaba la lista de caídos en el Partido de la Matanza. Atusándose el pelo engominado me dice: -No está mal, vamos a ver al intendente. Subimos nuevamente a su despacho. Nos acompaña el edecán y Calloni en su séptimo whisky de la mañana, me recibe efusivo, ya sé de donde conozco el apellido,... de Río Gallegos, de un conscripto pelirrojo que hizo el servicio con destino en la enfermería! (se refería a mi hermano Nicolás que hizo la colimba en la Guarnición del Ejército en R.G. en el sur de Argentina) .La cuestión que al ver el dibujo a color, se quedó fascinado. -¡Esto , esto es lo que quiero, carajo ! , ¡vamos vamos  manos a la obra!

Así que ya la mañana siguiente me presenté lo mas pronto posible para poder secuestrar al Rastrojero y el chófer y empezar a recorrer Buenos Aires, a ver dónde encontrar unas traviesas o durmientes de ferrocarril de quebracho y quien  me montara esa semejante cruz. Del Tigre a la Boca , de los talleres de Remedios de Escalada a José León Suárez, peinando talleres y almacenes. Finalmente en la Boca conseguí los durmientes sin agujeros y más largos que lo normal, aunque tuve que hacerles un empalme en el brazo largo de la cruz y en José León Suarez un carpintero que hizo los encastres , labró la superficie de la cruz, y le dio varias capas de aceite para que la madera luciera con ese rojo característico del quebracho. La placa de bronce la hizo un herrero local, y tres días antes asentamos la cruz en esa colina de pasto verde que habíamos recrecido artificialmente mirando hacia Municipalidad. El trabajo de izado de la cruz fue digno de los romanos, con la atenta mirada desde el balcón de Goebbels y Calloni, yo me sentía que estaba levantando mi propia cruz. En la oficina los muchachos me cargaban, me decían que había hecho la cruz a mi medida, que si no salía bien, me crucificaban. El día de la inauguración , 25 de mayo, fiesta patria, me sentía tan mal que no pude ir, cobardía, quizá, falta de sentido del humor, también . Lo cierto es que me la pasé en cama todo el día. Al lunes siguiente llego a Obras públicas y me llaman por el interno desde intendencia, era el propio Calloni. Subí como quien arrastra una piedra enorme esas escalinatas de mármol hasta el despacho del intendente. El edecán me acompañó nuevamente, abre la puerta y Calloni me espeta: ¡Todo un éxito!, ¿ porqué no vino? ¡Se cagó eh! y soltó una alcohólica carcajada.

- Gargiulo, como ha sido un éxito la obra por los caídos, ahora si con más tiempo podemos hacer una réplica del monumento para poner en cada cabecera de partido. Yo entusiasmado o delirando ya, porque había aceptado un whisky que me había servido el Coronel, le doy una nueva idea brillante ¿ y si hacemos unas réplicas de escritorio para todos los jefes de departamento de la Municipalidad, con unos llaveritos a juego para los empleados?

-¡Maravilloso Gargiulo, queda en sus manos !

Apuré el whisky y volví a la oficina, allí me esperaban pilas de expedientes de inspecciones de escuelas que sobrevivían en la miseria sin agua potable ni desagües. Faltaba poco ya para las elecciones, que serían en octubre. Cuando llegó julio, hubo unas movilizaciones de maestros y empleados municipales que reclamábamos mejoras salariales y efectivización de los empleados interinos, especialmente los que llevaban muchos años en precario. Las movilizaciones llegaron al interior de la municipalidad y me encontraron entre los "sediciosos alborotadores".

A la mañana siguiente, voy a mi oficina y me llama por interno Goebbels-Masjuán, entro a su despacho, me indica un asiento y me extiende un conjunto de fotografías en blanco y negro donde aparezco entre la multitud. -Este es usted ¿no?. -Pues si que he salido bien, le contesto.

-¡Vaya a su oficina y recoja sus cosas por aquí no queremos subversivos!

-Pues lo haré si me lo comunica por escrito, dije envalentonado y cabreado.

A la tarde estaba en casa el telegrama de despido.