Me está esperando allí con un cartel que me nombra con una
letra gruesa, decidida, hecha con esos marcadores para rotular precios; entre
el tumulto de gente a la salida del aeropuerto, un hombre grandote, obeso. Me
acerco y nos miramos, soy el que esperas, le digo. Extiende su sonrisa y me
dice, - tengo el auto un poco lejos, tenemos que caminar.
Hace un ademán de llevarme la maleta, pero le digo que no
hace falta que llevo solo esta mochila como equipaje.
Llega hasta el pie del auto, agotado, le falta el aire. Saca
la llave del auto y se le cae una pequeña fotografía del bolsillo . Una
fotografía de hace mucho tiempo, en blanco y negro una chica preciosa se asoma
a una ventana, la cortina entreabierta su mirada desafiante y seductora.
-Me fumaría ahora un cigarrito pero hace un año casi me
muero por el tabaquismo. Salí milagrosamente de un coma. No tengo palabras de
agradecimiento a todo lo que hicieron los médicos, dice Rodolfo con su mirada
sincera.
La enfermedad le cambió la vida, tiene 63 años.
Me pregunta que hago en Buenos Aires,
-porque sos de acá ¿no?
-Si pero me fui hace años, vivo en España.
-¿Y que hacés allá?
-Trabajé como arquitecto, ahora me dedico a la fotografía.
Veo por el retrovisor central del coche que su expresión
cambia, se ilumina, no se muy bien si por los reflejos de los autos que atestan
la autopista o de una luz que emana de su interior con la sonrisa afable y
melancólica que esboza.
-Contame, porqué sonreís así.
- Cuando tenía 17, 20 años fui socio del Fotoclub Buenos
Aires. Mi pasión era la fotografía. Hacíamos muchas salidas, concursos….
En un viaje fotográfico que hicimos a San Juan, mientras
hacía fotos al voleo, me cuenta, en eso veo a una piba asomada a una ventana.
Le hice una foto preciosa. No se si me enamoré por la foto, pero el flechazo
fue instantáneo.
Hablaron, salieron y comenzaron una relación básicamente
epistolar, separados por más de mil kilómetros de distancia mantenían el fueguito
carta tras carta. Viajó varias veces a
verla , pero la distancia, la miseria, y la dictadura recién instalada en el
país hicieron la relación imposible y todo fue desvaneciéndose en el olvido.
Pasaron más de 40 años y Rodolfo durante la crisis de su enfermedad,
va recuperando la memoria de lo vivido. Él ha enviudado hace años y sus hijos
ya son mayores, se mantiene laburando con el remis desde el corralito de 2001,
cuando se hundió la economía domestica de muchísima gente.
De vuelta en casa, encuentra una vieja agenda con teléfonos
, allí guarda el número de la casa familiar de Aída. Encuentra también un álbum con viejas fotos
que él mismo revelaba, y entre ellas la foto de la ventana.
Decide probar suerte y llamar a ese número de la ciudad de San
Juan. Consigue hablar con una prima de Aída que vive en esa casa. Por ella se
entera que está casada, tiene hijos y que su marido era “jugador”, la maltrataba
pero que ya ha muerto.
Entonces Rodolfo decide agarrar el auto y viajar hasta San
Juan, a intentar encontrarse con su viejo amor. Lleva consigo las cartas y
algunas de las fotos que se hicieron juntos y la foto de la ventana.
Una vez en San Juan, va a la casa familiar y allí le espera
la prima de Aída. Sorprendida al principio no sabe que decirle pero luego
accede a concertar un encuentro entre
ellos dos.
-Quien sabe después de tantos años, y tanto sufrimiento con
su marido….
Entonces Rodolfo vuelve al hotel y espera la llamada. Por la
tarde le dice la prima que vaya a su casa que le esperan allí.
Raudo va a su encuentro.
-Estaba radiante, bellísima, como cuando la conocí, empecé
hablarle tumultuosamente sin coordinar bien las palabras. Saqué las cartas, las
fotos. Ella me miraba sonriente sin decirme nada sin contestarme. Hojeaba las
fotos las cartas con su letra manuscrita, se diría que las acariciaba, mi
corazón saltaba como en mi juventud. Y entonces ella me dice - No me acuerdo de nada.
Entonces su prima se me acerca y me dice, que hace tiempo
que padece Altzheimer y que se le ha borrado la memoria.
-¿Y sabe ud?
-¿qué? Le pregunto
Desde hace tres meses viajo el último fin de semana de cada
mes a San Juan a verla , le llevo flores y bombones y esta foto que se me cayó
hace un rato sobre el asfalto del estacionamiento, la foto con la que me
enamoré de Aída, con la secreta esperanza que ella haga su milagro de
devolverle la memoria.
Buenos Aires, agosto 2017
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