7/8/07

Pupitre

Los del mono azul, van depositándolos en los contenedores. Un tipo joven de veintipico, rubio, corpulento, con el casco calzado, agarra la maza y de unos certeros golpes va machacándolos uno a uno. El resultado es un manojo de hierros retorcidos y los tableros de madera rotos. El otro recoge los despojos y los arroja todos juntos al contenedor, donde esperan los otros, destrozados.

Las tablitas rotas conservan aún las inscripciones de los niños, algún chicle pegado en el reverso y ese corazón grabado con el cortaplumas donde quedó sellado el primer amor.

El camión del volquete se acerca marcha atrás con ese pitido que nos alerta de su movimiento. Baja sus brazos lentamente. El tipo del casco engancha las cadenas a los agarres del contenedor. Por la ventana del primer piso un muchacho moreno con el pelo enrulado sigue tirándolos sobre el montón.

La fuerza del goliat-camión carga sobre su chasis el contenedor con los restos y arranca rumbo al vertedero municipal.

De la puerta que está a la sombra sale una figura oscura, la hilera de botones le brillan como monedas de plata. Se acerca a los obreros y con una palmada les dice: -buen trabajo muchachos, que no queden utilizables, a ver si a alguno se le ocurre “reciclarlos”.

Dando la espalda y caminando detrás del camión que se aleja, oigo las voces de los niños que alguna vez pasaron por estas aulas del Seminario, voces que me transportan a mi infancia donde estoy sentado en un pupitre como éstos que hoy desaparecen.


Juan C. Gargiulo 24 de abril de 2004

No hay comentarios: