2/4/07

el puente


Los amigos y le gente que te conoce me dijeron que mejor hubieras traído las fotos que hiciste en nuestra ciudad, el año anterior. Decían que habrías vendido más en la exposición.

La mañana era fría ese día de septiembre. Habías salido por un rato, y tu esposa Olga, en un esfuerzo de comunicación, me alargó un álbum de fotografías que resumía tu vida en esta ciudad de Rusia.
Entraste por la puerta, y me diste un libro hecho a mano. Un volumen grande en cuero negro, con fotos originales en su interior y textos pintados con témpera blanca sobre ellas.
Bellas imágenes en blanco y negro, del cementerio viejo, respondían a mis señas del día anterior cuando volvíamos de Kasimov y te indiqué un cementerio en una ladera.
Salimos raudos en tu Volvo, a buscar a Raya que oficiaría de intérprete con su diccionario en la mano, y me mostraría en un paseo, el cementerio de San Lázaro. No te quedaste, saliste disparando porque tenías trabajo que hacer. Nosotros recorrimos el cementerio-bosque, donde la gente había depositado ofrendas de flores y manzanas, en corralitos familiares . Al pie del recinto antiguo, crecen edificios de muchas plantas, la morfología de las fachadas me recuerdan a los nichos modernos.
Salimos por la calle del Otoño, y mientras te esperamos, unos gatos se asoman a una ventana a tomar el sol. El postigo que la cierra, tiene como única perforación un pequeño tragaluz en forma de corazón. El amor y la muerte juntos , separados por unos pasos...

Apareciste nuevamente en tu Volvo y salimos al cementerio nuevo, en las afueras, mas allá de la zona industrial. Tú aparcaste y con la cámara en mano te parapetaste , como en un juego infantil de guerra, detrás de una tumba, disparando a diestra y siniestra.
Raya, se acercó a una, que tenía en su lápida una foto de una joven mujer, cabellera al viento, su vida se había esfumado entre sus manos. Yo te miraba y no podía hacer fotos, delante de mi, hasta que la mirada se me fundía con el horizonte, un mar de muertos de la II Guerra Mundial.

Y tú que te bebes la vida a grandes tragos, nos hiciste subir nuevamente al coche y nos llevaste a tu estudio. Mas sosegado, me empezaste a mostrar tu obra, pilas de fotos en color y blanco y negro. Sin un orden determinado, aparecían fotos de paisajes, de tu pueblo, publicitarias para productos, para moda, en esa avalancha de generosidad, seguías mostrándome, abriendo cajas y carpetas. Agotado, reparé en una pila de pequeñas fotos, que apartadas en un rincón de la mesa, me estaban esperando. Con un gesto te detuve e hicimos un hueco para desplegarlas, la luz que esas fotos me devolvían, bien habían valido la jornada, los rostros que me contemplaban, rostros del pueblo, de la gente de aquí, en la ceremonia íntima de la Pascua. Tu te ruborizaste , y entonces en ese instante supe que esas fotos eran tu mejor trabajo. Luego insististe en que viera las fotos de la visita a España, pero ya había perdido la inocencia. Me habías mostrado lo mejor de ti mismo. Y entonces fue cuando te propuse que llevaras estas fotos, a mi ciudad, que allí las expondríamos en vísperas de Semana Santa, en un intento de tender un puente entre el alma de los pueblos.

2 comentarios:

Alfredo Moles dijo...

En 1 sobre diez,te pongo un quince.
Abrazos
Alf

Veji dijo...

curiosas facetas de la comunicacion y la relacion humanas.