Hace casi 25 años mi padre comenzó a colaborar con la
Sociedad de Fomento del Barrio, entre sus logros estuvo en conseguir un
convenio con la empresa de recogida de basuras, para que entregase a dicha Sociedad
una cantidad equis de árboles por cada tonelada de basura recogida, esos
árboles servirían para repoblar calles y parques del ámbito barrial, bastante
extenso por cierto.
En la acera donde vivía existía un alcorque vacío donde
habían intentado prosperar alguna vez pequeños retoños de árboles que plantó la
municipalidad. Junto al edificio había un Kiosco en la planta baja, que vendía
sandwiches, bebidas y golosinas a los
paseantes, a los alumnos de las escuelas cercanas y los días de fútbol a los
asistentes al partido en el Monumental.
El dueño del kiosco, conociendo la colaboración de mi padre
en la Sociedad de Fomento, le pidió que porqué no plantaban un árbol así los
que pasaban por su kiosco podrían comerse su sándwich o tomarse su bebida a
gusto bajo la sombra de él.
Mi padre hizo alguna gestión y consiguió un hermoso
jacarandá para ese lugar.
A medida que
transcurrieron los años el árbol creció tanto que sobrepaso la altura del
edificio de tres plantas. Todas las primaveras hacia noviembre ofrecía su floración
morada, que se repetía más modestamente en marzo, antes de entrar el otoño.
Hace más de 13 años mi padre enfermó de miastenia gravis y
poco a poco su vida se fue haciendo más difícil. Conservaba la disciplina
matutina de pasear por el balcón del frente de la casa, para hacer sus
ejercicios, y en tiempo caluroso se sentaba a observar la vida de la calle.
Siempre me contaba por Skype cuando florecía el jacarandá, seguía muy de cerca
su evolución y crecimiento, las podas a las que le sometía la municipalidad,
los retrasos en las flores o en las hojas, observaba las aves que allí se posaban,
era su pequeño orgullo.
Hace un año y cuatro meses que mi padre falleció, esa primavera hacia noviembre
el jacarandá no floreció más, ni dio hojas.
Ayer me contó mi madre que una tormenta lo abatió,
posiblemente estaba ya gravemente enfermo y la pudrición por hongos lo había
atacado. El jacarandá cayó sobre la reja de la casa, provocando daños menores.
Mi madre descubrió el hecho cuando escuchó a las motosierras municipales
cortarlo en trocitos.
Y como un signo, un saludo de despedida, unas ramitas cayeron sobre el balcón, justo dónde mi padre se sentaba a observarlo.
Y como un signo, un saludo de despedida, unas ramitas cayeron sobre el balcón, justo dónde mi padre se sentaba a observarlo.
!9 de febrero 2020
1 comentario:
Excelente y muy emotivo este relato, lamento que no se pueda compartir en Facebook... Un abrazo Juan Carlos!
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