La noche esta fría y lluviosa, un chirimiri “gallego” se cuela por todo mi cuerpo, como un elixir que resucita los recuerdos. Entre mis brazos llevo, protegido, el artefacto mecánico que les dará vida por unos instantes en una pared como un espejo. En el bolsillo, las imágenes de los recuerdos, metidos en una cartuchera, como balas de la memoria.
Bajo las escaleras del acueducto abrazando a la máquina para que no se moje. Los adoquines brillan por la calle Fernández Ladreda.
La oscuridad de la entrada me desconcierta por un momento, pero el sonido de los trenes que parten y arriban de la estación me dan la orientación correcta. Bajo su bóveda se vislumbra el cielo y el esmog de la mañana.
Escaleras abajo ( o arriba) estoy nuevamente en la calle.
Las puertas del Hotel Juncal, cerradas con cadena y candado. Tres tipos que desayunan en una terraza me miran con aire desconfiado. En la esquina de la estación un lustrabotas madrugador atiende a su primer cliente. Los floristas del cementerio se dan un apretón de manos al abrir los chiringuitos. En un bar de la calle adoquinada entro para pedir un café con leche. En la mesa tres jóvenes almuerzan bajo la mirada sonriente de Carlitos.
En la fábrica de pasta, la chapa al lado de un portal , reza: DENTISTA. Bajo el sombrero alado y negro me observa
El dinosaurio de hierro de isla Maciel, a contraluz . Y desde la popa del barco dos tipos desamarran la nave . Los edificios de Catalinas me saludan, a mi ,que sigo abrazado al aparato, aquí solo en la cubierta.
Suena una milonga , abro la puerta y los pibes del taller están ensayando los pasos de una cultura que no comprenden pero que están empezando a amar. Fabiana se me acerca y me pregunta - ¿Che , pibe trajiste las diapositivas?
Segovia, 10 de diciembre 2002