18/8/10

La tortuga que sostiene al mundo

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Hace muchos años, ¡qué digo! muchísimos años, existía una tortuga gigante, gigantesca. Sobre su caparazón verde, cuatro elefantes de alabastro hacían un esfuerzo titánico de sostener al mundo.

En él había tierras y mares, bosques y ciudades, los hombres, las mujeres y los niños vivían sin percatarse de su existencia. Transcurrían los días y las noches, los veranos, los otoños y los inviernos, sin faltar todos los años las primaveras más espléndidas conocidas.

Nadie sabía que todo eso ocurría gracias al lento andar de la tortuga, ella paso a paso nos regalaba las salidas y puestas de sol, incluso los días nublados y con lluvia; también las copiosas nevadas y los vendavales que hacían que los niños observáramos por la ventana como si todo el mundo girara alrededor de nuestras casas.

Las noches de luna llena eran obra de la complicidad entre la gran tortuga y la luna. Ella le hacía un guiño en un charquito, y entonces salía para reinar en la noche.

Las cosechas y los nacimientos también estaban gobernados por la gran tortuga, los hombres creían que eran obra del sol y de la luna, pero en realidad ellos  sólo ayudaban a la  tortuga, que con su andar se adentraba en las estaciones del año o provocaba, con su bamboleo, las mareas y las olas del mar.

Pero el tiempo pasó y la tortuga se hizo cada vez mas viejita. Los habitantes del mundo empezaron a darse cuenta que los días se hacían mas largos, al igual que las noches, y que la primavera no llegaba nunca, escaseando entonces los alimentos.

Y pasó que un día la Gran tortuga vieja se encontró en su andar, con una tortuga joven, que andaba por allí.

La Gran tortuga le dijo a la joven, que ella estaba muy cansada de llevar al mundo, se había hecho vieja , y sus fuerzas no le daban para mucho más. Era necesario para que el mundo siguiera siendo mundo, para que la vida continuase en las tierras y en los mares, en los bosques y las ciudades, que la joven tortuga tomase el relevo de la vieja.

Pero ¿cómo hacer para tomar el lugar de la vieja tortuga sin que todo se desbaratase, sin que cayeran los cuatro elefantes de alabastro, sin que los mares se precipitaran al vacío arrastrando a todos los seres que allí vivían? ¿cómo evitar que las montañas y las ciudades  se derrumbasen?

La vieja gran tortuga, en sus tantos años de andar había adquirido cierta sabiduría: – si yo salgo de mi caparazón y tú sales del tuyo, podrás tomar mi lugar sin que nada se mueva, nada se desequilibre, sólo pararemos un momentito nomás el funcionamiento del mundo.-

Fue así que lo hicieron, y el mundo se detuvo por un instante. Los hombres, las mujeres, y los niños, también los animales y las plantas, se dieron cuenta que algo estaba pasando, los vientos se detuvieron, el sol y la luna se quedaron espectantes en el cielo. El agua del mar estaba quietita como nunca.

Hasta que todos sintieron una pequeña vibración, algo que hizo tintinear las copas de la alacena, o el repiquetear loco de alguna campana.

El viento arrancó despacito, con una brisa tímida y los mares con olitas suaves. la vida se puso en marcha otra vez, los días y las noches volvieron a ser como antes, la primavera  se ponía en marcha otra vez.

5/8/10

La Casa de la Calle Juan Bravo



Una tarde de 1993, me encontré una carta en el buzón .  En esa carta la propietaria del edificio me invitaba a conocer el estado de su casa.  Supe más tarde que me había contactado a raíz de una obra que estaba realizando con cierta urgencia en un edificio de la calle Angosta.
A la mañana siguiente tuve la oportunidad de entrar en esta casa antigua, posiblemente del siglo XV. 

La casa se dedicó siempre a vivienda familiar, en esa época sólo vivían allí dos hermanas mayores ya, y una inquilina anciana en el piso 2º . La vivienda del piso segundo interior había sido alquilada a estudiantes de la Casa de los Picos, quienes vivían de juerga en juerga escandalizando a las hermanas propietarias. Los bajos del edificio estaban ocupados por una pequeñísima frutería y una tienda de marroquinería, con una importante trastienda como almacén. Otros bajos conectados a la vivienda principal guardaban los tesoros familiares, con descuido, a merced de la humedad y el paso del tiempo. Cuadros al óleo , grabados, fotografías y viejos enseres se arrumbaban en esos cuartos. Mi interés por esa casa iba aumentando a medida que conocía sus laberintos e historias.  Por esa casa pasaron algunos artistas segovianos, como Torreagero, Moro, pudieron disfrutar seguramente de una vida austera y con privaciones, pero esa casa tenía la huella de cierto esplendor y calidez que contrastaba con el frío clima castellano y las  décadas de desierto cultural de la ciudad. En alguna medida conectaba con mi experiencia de la casa familiar de la calle Montañeses, en Buenos Aires.

Las dos hermanas, se preguntaban,  mostrando sentimientos contradictorios, si era mejor derribarla y empezar de cero o si la casa tendría un segunda oportunidad. Yo sabía que la demolición completa no era posible, por razones del ordenamiento urbanístico de la ciudad, pero, fundamentalmente, porque esa casa encerraba siglos de historia doméstica, que me parecía injusto  se esfumaran bajo la piqueta, y también por la mirada de esas personas que buscaban una respuesta que permitiera cierta permanencia de sus recuerdos y vivencias que brotaban de cada rincón de la casa.

Un día sin mediar un encargo concreto, tras una primera toma de datos, fui elaborando unos  bocetos, intentaba verificar el aprovechamiento espacial del edificio y por otro lado recuperar parte de ese carácter que parecía que la casa había tenido. Esos bocetos fueron la llave que abrió en las dos hermanas una esperanza, una respuesta a su angustioso deseo de acabar con todo de una vez y recomenzar con otra cosa.

La hermana menor, que actuaba como apoderada de la familia , fue quien entabló la batalla para lograr la rehabilitación del edificio. Poco a poco la figura de esta mujer se agiganta, en su tesón y su voluntad de llevar adelante la empresa. Una empresa que estuvo cargada de luchas burocráticas, conflictos, con inquilinos y vecinos, presiones inmobiliarias, que como una guerrera supo afrontar y vencer. En cierta medida actuó como la reencarnación femenina de Juan Bravo héroe de la Guerra de las Comunidades de Castilla. 
Durante la obra cumplió funciones de aparejadora sin serlo, reemplazando al fallecido aparejador . Contrató empresas, lidió con ellas, con un carácter intempestivo y febril, pero con la fuerza de su razón de fondo, con el impulso de dar nueva vida a la casa de su infancia , en un intento de recobrar el viejo esplendor.

En los trabajos que nos llevaron a sus entrañas, a contactar con su historia dormida, aparecieron elementos que atestiguan de su origen remoto. un magnífico artesonado decorado, restos de fábricas de ladrillo con sus aparejos, silos horadados en la roca madre, rejerías, canes de madera, suelos de barro, chimeneas de antiguas cocinas.También la frustración de no encontrar el aljibe que existiera en la casa y que se documenta en una foto antigua con las hermanas pequeñas al pie. 
Nos permitió descubrir su pertenencia a casas vecinas, hermanadas por sus tejados y vigas, enseñándonos la dinámica de transformación a lo largo del tiempo, lo que perduraba y lo que había desaparecido, lo que había sido reutilizado y lo que se había perdido irremediablemente. Lo que enraizaba en la memoria de sus últimos habitantes que fueron testigos de su andadura por el siglo XX, que vieron sus transformaciones fruto de la necesidad y también de la especulación.

Una mañana de la primavera de 2007, nos encontramos ella y yo en el patio recuperado de la casa, pude ver en sus ojos la satisfacción del trabajo concluido, a pesar que su voz desgranaba todavía luchas por encarar, y conflictos por resolver. En ese instante comprendí que la obra había terminado, pero ella se resistía, quizá porque en la lucha por recuperarla había dejado sus mejores energías, fusionándose con su casa pero  intuyendo que la historia puede latir en los edificios y los objetos, pero sólo vive en las personas. 

Bsaradilla  verano 2010.