27/4/07

Un invento extraordinario

Ha sido un verano abrasador. Las montañas, los árboles piden a gritos, un poco de agua. Las tormentas por la tarde sólo dejan un retumbar de truenos, y luego esa brisa fresca que huele a lluvia, pero que sólo se queda en la intención.
El abuelo se levantó de la mesa antes que nosotros, justo después del helado que trajo la abuela; vainilla marmolada con chocolate.
Con los restos de comida salió al jardincito del frente y mirando a “la Banderita”, cansado, desparrama los restos junto a la canilla entreabierta, a pleno sol.
Esperaremos un rato, después de la siesta nos vamos al río.
Los pibes nos quedamos a la sombra, en el porche, cazando moscas con una lata-trampa .
Al rato, aburridos, damos la vuelta en silencio hasta el garaje que nos sirve de dormitorio. Allí hay infinidad de cosas atractivas, una colección de revistas LIFE, y las mexicanas de los primos; objetos que fueron de otra casa, un aparador que nos sirve de cómoda, y en un estante por allí abajo, las herramientas del abuelo, trastos de ferretería.
En la cortina que cubre la puerta entreabierta, las moscas intentan colarse al interior más oscuro. El suelo de baldosas de vereda, refresca nuestros pies descalzos. Cada uno tirado sobre un catre, intentando conciliar el sueño o leer tres líneas cruzadas con las fotos terribles de Viet-nam.
Yo no puedo con el calor, pero las herramientas del abuelo mueven mi curiosidad y despejan el aburrimiento.
En una caja, hay unos cuantos aisladores de porcelana, esos que se usan en los postes de la luz, un interruptor doble, que habrá sido de algún bombeador de agua, unos cables, una manivela y una pila como la de los timbres. Los ingredientes para un invento extraordinario. Tornillos y demás cosas accesorias para darle forma.
Detrás de la cisterna que almacena la poca agua de lluvia de este verano, hay restos de tablas, que servirán. En una de ellas dispongo estratégicamente los componentes seleccionados. Una voz interior guía mi mano, que atornilla, clava, conecta, cada uno de los elementos.
Enfrente, “la Banderita” se yergue majestuosamente, clara, más nítida que nunca, el sol de la tarde le da su color único. El cielo la rodea sin ninguna nube de rubor. A su lado “el Cuadrado” más modesto me dice con señales de espejos, que ya es hora.
Los cipreses de la valla huelen a resina, y el aire no les mueve ni una hoja.
Con “la máquina” terminada, me dispongo a ponerla en marcha. La coloco sobre la pirca , arriba del buzón rojo del abuelo, apunto hacia enfrente donde las montañas me observan suplicantes. Un cable conectado al buzón y otro a la tierra. La antena al cielo. Y mirando a la canilla donde los pájaros se refrescan, bajo el interruptor...

Recién llego a casa, paré el motor y al bajarme del coche ví su rostro de agradecimiento.
Todo el día lloviendo y recién ahora escampa.
El olor del cielo, el olor del campo, se funden en uno solo.

Nota: La maquina de hacer llover: http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_Baigorri_Velar

25/4/07

33 revoluciones



Puse una moneda de 5 pesos en el teléfono y esperé a que levantaras el tubo, ... inútilmente, porque ya no estabas. Llueve, camino despacio desde la estación de servicio de Paraná hasta mi casa. Los árboles empiezan a perder las hojas. Entro por la puerta de atrás sin que nadie se entere. Llueve mas fuerte.
Arriba de la pila de discos está el que me cambió el Ovario por uno de Hendrix. Busco un marcador y le pongo la fecha de ayer.
Ayer nos despedimos, y hoy ya no estás, te fuiste a Mar del Plata, tu tierra prometida.
Nos pasamos el verano hablando de política, de lo que vas a hacer, mientras tu vieja plancha y tu hermanita me muestra sus muñecas.
Que la gente tiene que votar al Tío, que la Revolución nacional y popular, que la vuelta de Perón y la JP. Yo salgo enardecido por tus discursos , por tu cara, por tus manos, y la blusita esa toda blanca que te hizo tu vieja.
Por las noches estampamos, con el Ovario, efigies del Che y estrellas rojas por las paredes de los colegios. Como un desquite de tu imagen inaccesible. Porque has puesto esa distancia, ya estás con un pie en Mar del Plata, en la escuela Agraria de Miramar, y a los pendejos que nos quedamos en nuestro Colegio Nacional pequebú, nos tratás con soberbia revolucionaria. Y yo embobado.
Y te fuiste nomás, y a mi me queda este agujero que no se con que llenar. Pongo el disco de Crosby en el tema que mas me gusta a ver si así se me calma la angustia. Miro la fecha que escribí en el disco, 19-3-73... En el buzón está tu primera carta desde la escuela, con sobres perfumados de papel de revista y girasoles, y este e-mail en que me contás tu vida desde “el corralito”. La Gigi que tiene casi 9 como mi pibe. Y me hablás de tu soledad.
Hoy soy yo el que se fue y vos la que se quedó en Mar del Plata. Mis recuerdos giran a 33 revoluciones y la vida, misteriosamente, nos acerca y nos aleja.


Segovia 5 de junio de 2003

17/4/07

Volcanes apagados


El calor es agobiante en esta pequeña ciudad de volcanes apagados.
Misteriosamente las buganvillas me acarician desde los balcones mientras camino rumbo al hostal.
La Carrer del Bonaire está oscura, un perro vagabundo me sigue a corta distancia, y desde ese portal iluminado veinte metros mas adelante, salen chiquillos como pájaros. Uno a uno con sus camisas de colores, los negritos se van agolpando en un movimiento frenético, unos contra otros. Del portal salen madres con sus túnicas coloridas y sus bebés a cuestas.
Uno de camisa roja, toma la iniciativa y sale corriendo cuesta abajo, instantáneamente se desata la bandada y todos chillan de alegría corriendo detrás del abanderado.
Las túnicas, los turbantes, los colores se entremezclan, y los rostros se encienden .
Del fondo de la calle tres motos y sus jinetes blancos ataviados de cuero negro, arrancan desde el semáforo como abriendo un tajo entre la multitud, para así perderse en el fondo oscuro de la calle y de la historia.


Olot, Girona, 18 de agosto de 2004

9/4/07

Giros


Cuando acordamos que yo me iba, me llevé pocas cosas, un poco de ropa, algún libro, y la maceta con el manzano germinado. Total iba a estar a pocas cuadras de tu casa. Y quien sabe a lo mejor me dejabas volver algún día.
Don Luis me recibió en su casa como a un sobrino lejano. La casa estaba encalada por dentro y por fuera, lo que le daba un aspecto de limpieza. Adelante estaba el local vecinal que oficiaba las veces de lugar de reuniones para la gente del barrio, y atrás un patio con una parra y un baño.
Me indicó cual sería mi cuarto, dándome un discurso sobre las reglas de su casa. Me mostró la cazuela para el agua caliente de la ducha que estaba en el patio. Y antes de salir de servicio con el remise, me golpeó la puerta de la habitación, entregándome, envuelto en papel de diario, un 32 largo con 6 balas. Me dijo que la pesada de Herminio andaba apretando a los pibes de Sarandí, que querían pasar una película del Che el próximo sábado y que lo del bufoso era por las dudas. Yo lo desenvolví con cuidado, como un juguete delicado, cargué las balas, durante un rato lo observé girando el tambor una y otra vez, turbado, lo puse sobre la mesita de luz e intenté dormirme con tu recuerdo en mis ojos y los dientes apretados.
La maceta con el manzano se quedó en el umbral de la ventana.
A la mañana partí raudo al laburo, después de la ducha en la regadera y de unos mates con bizcochitos de grasa, que don Luis había traído. Distraido me alargaba un mate lavado, mientras en el teléfono recogía las apuestas del día. De los de Herminio ni noticias.
Al pie del viaducto, el 33 venía cargado y apenas pude meter un pie en el estribo. Pasamos por el Docke y me acordé del día que ingenuamente fui a sacar fotos de un partido en la Isla y a la vuelta me dieron una paliza para robarme la cámara, lo que sentí no fue la máquina, (alguien la necesitaría mas que yo), sino las fotos del partido. En Avellaneda bajó mas gente y pude subir los dos peldaños que me faltaban.
Esa noche cuando volvía del trabajo en la obra, antes de la estación, pasé de largo por la puerta , adentro había una actividad extraordinaria, retrocedí unos pasos y me animé a entrar. Me saliste al encuentro para darme la bienvenida, tenías contigo a un pibe de 3 años de la mano y de una oficina minúscula salían mates recién cebados, charlamos un buen rato y me propusiste que me integrara a trabajar con ustedes, había mucho por hacer, mientras me hablabas, la luz fue llenando nuestros ojos y nuestras manos, la vida entonces me daba un nuevo giro, o quizá era la vuelta de tuerca que faltaba al iniciado unos meses atrás cuando me dijiste que me fuera, que querías a otro y ¡qué boludo! que no te diste cuenta antes.

2/4/07

el puente


Los amigos y le gente que te conoce me dijeron que mejor hubieras traído las fotos que hiciste en nuestra ciudad, el año anterior. Decían que habrías vendido más en la exposición.

La mañana era fría ese día de septiembre. Habías salido por un rato, y tu esposa Olga, en un esfuerzo de comunicación, me alargó un álbum de fotografías que resumía tu vida en esta ciudad de Rusia.
Entraste por la puerta, y me diste un libro hecho a mano. Un volumen grande en cuero negro, con fotos originales en su interior y textos pintados con témpera blanca sobre ellas.
Bellas imágenes en blanco y negro, del cementerio viejo, respondían a mis señas del día anterior cuando volvíamos de Kasimov y te indiqué un cementerio en una ladera.
Salimos raudos en tu Volvo, a buscar a Raya que oficiaría de intérprete con su diccionario en la mano, y me mostraría en un paseo, el cementerio de San Lázaro. No te quedaste, saliste disparando porque tenías trabajo que hacer. Nosotros recorrimos el cementerio-bosque, donde la gente había depositado ofrendas de flores y manzanas, en corralitos familiares . Al pie del recinto antiguo, crecen edificios de muchas plantas, la morfología de las fachadas me recuerdan a los nichos modernos.
Salimos por la calle del Otoño, y mientras te esperamos, unos gatos se asoman a una ventana a tomar el sol. El postigo que la cierra, tiene como única perforación un pequeño tragaluz en forma de corazón. El amor y la muerte juntos , separados por unos pasos...

Apareciste nuevamente en tu Volvo y salimos al cementerio nuevo, en las afueras, mas allá de la zona industrial. Tú aparcaste y con la cámara en mano te parapetaste , como en un juego infantil de guerra, detrás de una tumba, disparando a diestra y siniestra.
Raya, se acercó a una, que tenía en su lápida una foto de una joven mujer, cabellera al viento, su vida se había esfumado entre sus manos. Yo te miraba y no podía hacer fotos, delante de mi, hasta que la mirada se me fundía con el horizonte, un mar de muertos de la II Guerra Mundial.

Y tú que te bebes la vida a grandes tragos, nos hiciste subir nuevamente al coche y nos llevaste a tu estudio. Mas sosegado, me empezaste a mostrar tu obra, pilas de fotos en color y blanco y negro. Sin un orden determinado, aparecían fotos de paisajes, de tu pueblo, publicitarias para productos, para moda, en esa avalancha de generosidad, seguías mostrándome, abriendo cajas y carpetas. Agotado, reparé en una pila de pequeñas fotos, que apartadas en un rincón de la mesa, me estaban esperando. Con un gesto te detuve e hicimos un hueco para desplegarlas, la luz que esas fotos me devolvían, bien habían valido la jornada, los rostros que me contemplaban, rostros del pueblo, de la gente de aquí, en la ceremonia íntima de la Pascua. Tu te ruborizaste , y entonces en ese instante supe que esas fotos eran tu mejor trabajo. Luego insististe en que viera las fotos de la visita a España, pero ya había perdido la inocencia. Me habías mostrado lo mejor de ti mismo. Y entonces fue cuando te propuse que llevaras estas fotos, a mi ciudad, que allí las expondríamos en vísperas de Semana Santa, en un intento de tender un puente entre el alma de los pueblos.